EL DILEMA
Como en la literatura de cada cultura, también en la cultura del pueblo hebreo, diría, en la cultura del Pueblo de Dios, la literatura bíblica describe magistralmente la creación del universo. El Señor Dios, creador de todas las cosas, coronó la obra de la creación al instituir al ser humano. Y la historia de la creación de éste, contada como en ningún otro libro, muestra que, para Dios, la existencia del ser humano sobre la faz de la tierra se constituye en una gran felicidad. No fue un dilema para el Señor Dios crear al hombre ya la mujer. Dios mismo se complace, regocija y corona de gloria toda la creación. El único ser dotado de inteligencia y voluntad, hombre y mujer, Él los creó.
El Señor Dios instituyó la vinculación entre hombre y mujer con leyes propias de los seres humanos. Les dio condición y capacidad para el apareamiento, a diferencia de los demás seres, infinitamente superior. Todo dispuso, de tal forma que se vuelve inconfundible la unión del hombre y de la mujer, pues vio que no era bueno que el hombre estuviera solo.
Adán, el que nombra la Sagrada Escritura como el primero de los seres humanos creado, colocado delante de todos los animales, el Señor hizo pasar estos delante de aquel, el rey de la creación, y no vio ninguno que fuera semejante a sí. Dada de naturaleza idéntica, Eva, denominada como la primera mujer, puesta delante de Adán, hizo que éste no existiera un solo momento, pues sintió y vio que era carne de su carne y hueso de sus huesos, porque de él salió, por la capacidad De Dios, inestimable sabiduría de dar al primer hombre una compañera que le fuera semejante y que con él compartiera la vida y la existencia.
El matrimonio, sin sombra de duda, teniendo como autor el propio Dios, innegablemente, es institución de derecho natural, es decir, ley dada por Dios en la propia naturaleza. Es tendencia natural del ser humano: el hombre y la mujer buscan su complementación.
La inteligencia y suprema sabiduría de Dios dispuso inteligencia y también sabiduría al ser humano, para que use la primera y luego la otra, para encontrar en la compañera, y viceversa, alguien que les sea comparte. Pero siempre surge el desafío: encontrar una o una comparte, lo que crea en la naturaleza humana el dilema, que puede ser definido como incertidumbre en cuanto al acierto o aciertos del futuro.
¡Dilema, sí! Dilema. Siempre será un desafío cercado de incertidumbres, que sólo podrán convertirse en certeza, no absoluta, sin embargo, con fe en la vida y en la capacidad de superación, cuando se busca y busca en el otro o en la otra complicidad y compañerismo, sinceridad y honestidad de un común Ideal, traduciendo todo en honesta y sincera convivencia. Sólo así el dilema dejará de ser una incertidumbre y la condición dada por Dios se convertirá en una bendición de la felicidad. ¡He aquí, pues!
Tradutor
quarta-feira, 21 de junho de 2017
EL MEDO PERDIDO
"¡No soy bastante bonita para él! Tal era el pensamiento de Eugenia, pensamiento humilde y fértil en sufrimientos. La pobre muchacha no hacía justicia a sí misma, pero la modestia, o antes, el miedo, es una de las primeras virtudes del amor "[1]. Así lo describe Honoré de Balzac, el gran novelista francés de los primordios de la belle epoqué, en Eugenia Grandet. Contrapone la baja autoestima a los sueños románticos iniciales de la protagonista en relación al primo Carlos Grandet.
En las relaciones amorosas iniciales, infaliblemente, el miedo debe surgir como una gran virtud de amor descubierto. Pena que, después, readquirida la autoestima, se desvanecen los sueños románticos, se pierde el miedo, la gran de las primeras virtudes del amor. Y ahí, la vida a dos parece no tener más sentido. La pérdida de la modestia, o mejor, del miedo, es decir, de aquel sentimiento romántico, de aquella sensación agradable de la convivencia de la intimidad, que sólo los dos conocen, y Dios, acaba por hacer la vida sin sabor, porque el amor parece no más existir .
Quien está en el principio de un amor y que tiene el miedo como una de las primeras virtudes, seguramente debe tomar cuidados, ser constante en el celo para con el ser amado y para conservar el mecanismo de ese miedo.
¿Y quién lo perdió? ¿Tiene posibilidad, posibilidades de recuperarlo?
Mucha gente despierta, obviamente, preguntará: ¿Miedo? Sí, una sensación o sentimiento de amenaza a la propia integridad física o moral. Pero, diré que es más que eso. Es la sensación o sentimiento misterioso de la novela sumamente emocional que invade el corazón, este dispara, envuelve el ser y el íntimo entero de quien ama o está amando, con sueños eternos y tiernos, casi a determinar que en el mundo nada más existe y sólo hay El ser amado. Interminable romance prácticamente inexplicable, entendido sólo en parte por quien lo vive e incomprensible por quien nunca lo vivió.
Aunque en la etapa actual de la civilización moderna, con una mentalidad occidentalizada, del pragmatismo, es decir, vale sólo aquello que es útil, agradable y ofrece practicidad inmediata para el uso, y quien sabe el abuso, el amor asume importancia capital y fundamental: Porque ninguna entidad existe que pueda sustituir. Es imposible vivir sin este amor, contenido por una fuerte dosis de respeto hacia el otro, por una cantidad enorme de deseo, puro deseo de compartir la vida y la vida del otro, por calidad nunca igualada de sensaciones puras y sentimientos nobles.
Impresionante como la gente olvida tantas cosas y tantos hechos pasados. Más impresionante aún, olvidan o abandonan ese miedo, virtud número uno del amor, que los llevó a una vida conyugal y que el miedo perdido no les permite más las alegres sorpresas que la conyugalidad les puede proporcionar en el cotidiano.
Quien aún no ha vivido la experiencia del miedo como una de las primeras virtudes del amor, se le requerirá atención y cautela para no pasar por ellos en percibirlo. Y quien lo perdió, podrá reencontrarlo o readquiriéndolo, haciendo una experiencia en dos fases: un serio examen de conciencia, para recordar cómo funciona su sistemática y dinámica, y enamorarse nuevamente del ser amado, que otrora amó sin restricciones o Las condiciones.
Recordar siempre las sabias palabras del Creador en el "crecer y multiplicarse" que, con certeza, incluye el amor, que es constante, que conoce fracasos y éxitos, pero siempre amor. Si aún su corazón dispara y la emoción envuelve su entero íntimo, buena señal. Volvió a vivir un romance en su vida, interrumpido por la pérdida del miedo, una de las primeras virtudes del amor. ¡He aquí, pues!
[1] Honoré de Balzac (Tours, 20 de mayo de 1799 - París, 18 de agosto de 1850) fue un novelista francés. Nació en el departamento francés de Indre-et-Loire y en 1849, con la salud debilitada, viajó a Polonia para visitar a Eveline Hanska, una rica dama polaca con quien mantuvo correspondencia por más de 15 años. En 1850, tres meses antes de la muerte de Balzac, se casaron. Al haberse convertido en uno de los mayores nombres del realismo en la literatura, sus obras son, sin embargo, acuñadas sobre la tradición literaria del romanticismo francés. La Comedia Humana (La ComédieHumaine), que reúne ochenta y ocho obras, busca retratar la realidad de la vida burguesa de Francia en su época. Los hábitos de trabajo de Balzac se convirtieron en legendarios - escribir alrededor de quince horas al día, impulsado por un sin número de tazas de café. Con una producción voluminosa, es frecuente que se apunten pequeñas imperfecciones en su obra - lo que, sin embargo, no es suficiente para sacar de muchas de ellas el epíteto de obras maestras.
"¡No soy bastante bonita para él! Tal era el pensamiento de Eugenia, pensamiento humilde y fértil en sufrimientos. La pobre muchacha no hacía justicia a sí misma, pero la modestia, o antes, el miedo, es una de las primeras virtudes del amor "[1]. Así lo describe Honoré de Balzac, el gran novelista francés de los primordios de la belle epoqué, en Eugenia Grandet. Contrapone la baja autoestima a los sueños románticos iniciales de la protagonista en relación al primo Carlos Grandet.
En las relaciones amorosas iniciales, infaliblemente, el miedo debe surgir como una gran virtud de amor descubierto. Pena que, después, readquirida la autoestima, se desvanecen los sueños románticos, se pierde el miedo, la gran de las primeras virtudes del amor. Y ahí, la vida a dos parece no tener más sentido. La pérdida de la modestia, o mejor, del miedo, es decir, de aquel sentimiento romántico, de aquella sensación agradable de la convivencia de la intimidad, que sólo los dos conocen, y Dios, acaba por hacer la vida sin sabor, porque el amor parece no más existir .
Quien está en el principio de un amor y que tiene el miedo como una de las primeras virtudes, seguramente debe tomar cuidados, ser constante en el celo para con el ser amado y para conservar el mecanismo de ese miedo.
¿Y quién lo perdió? ¿Tiene posibilidad, posibilidades de recuperarlo?
Mucha gente despierta, obviamente, preguntará: ¿Miedo? Sí, una sensación o sentimiento de amenaza a la propia integridad física o moral. Pero, diré que es más que eso. Es la sensación o sentimiento misterioso de la novela sumamente emocional que invade el corazón, este dispara, envuelve el ser y el íntimo entero de quien ama o está amando, con sueños eternos y tiernos, casi a determinar que en el mundo nada más existe y sólo hay El ser amado. Interminable romance prácticamente inexplicable, entendido sólo en parte por quien lo vive e incomprensible por quien nunca lo vivió.
Aunque en la etapa actual de la civilización moderna, con una mentalidad occidentalizada, del pragmatismo, es decir, vale sólo aquello que es útil, agradable y ofrece practicidad inmediata para el uso, y quien sabe el abuso, el amor asume importancia capital y fundamental: Porque ninguna entidad existe que pueda sustituir. Es imposible vivir sin este amor, contenido por una fuerte dosis de respeto hacia el otro, por una cantidad enorme de deseo, puro deseo de compartir la vida y la vida del otro, por calidad nunca igualada de sensaciones puras y sentimientos nobles.
Impresionante como la gente olvida tantas cosas y tantos hechos pasados. Más impresionante aún, olvidan o abandonan ese miedo, virtud número uno del amor, que los llevó a una vida conyugal y que el miedo perdido no les permite más las alegres sorpresas que la conyugalidad les puede proporcionar en el cotidiano.
Quien aún no ha vivido la experiencia del miedo como una de las primeras virtudes del amor, se le requerirá atención y cautela para no pasar por ellos en percibirlo. Y quien lo perdió, podrá reencontrarlo o readquiriéndolo, haciendo una experiencia en dos fases: un serio examen de conciencia, para recordar cómo funciona su sistemática y dinámica, y enamorarse nuevamente del ser amado, que otrora amó sin restricciones o Las condiciones.
Recordar siempre las sabias palabras del Creador en el "crecer y multiplicarse" que, con certeza, incluye el amor, que es constante, que conoce fracasos y éxitos, pero siempre amor. Si aún su corazón dispara y la emoción envuelve su entero íntimo, buena señal. Volvió a vivir un romance en su vida, interrumpido por la pérdida del miedo, una de las primeras virtudes del amor. ¡He aquí, pues!
[1] Honoré de Balzac (Tours, 20 de mayo de 1799 - París, 18 de agosto de 1850) fue un novelista francés. Nació en el departamento francés de Indre-et-Loire y en 1849, con la salud debilitada, viajó a Polonia para visitar a Eveline Hanska, una rica dama polaca con quien mantuvo correspondencia por más de 15 años. En 1850, tres meses antes de la muerte de Balzac, se casaron. Al haberse convertido en uno de los mayores nombres del realismo en la literatura, sus obras son, sin embargo, acuñadas sobre la tradición literaria del romanticismo francés. La Comedia Humana (La ComédieHumaine), que reúne ochenta y ocho obras, busca retratar la realidad de la vida burguesa de Francia en su época. Los hábitos de trabajo de Balzac se convirtieron en legendarios - escribir alrededor de quince horas al día, impulsado por un sin número de tazas de café. Con una producción voluminosa, es frecuente que se apunten pequeñas imperfecciones en su obra - lo que, sin embargo, no es suficiente para sacar de muchas de ellas el epíteto de obras maestras.
terça-feira, 20 de junho de 2017
O MEDO PERDIDO
“Eu não sou bastante bonita para ele! Tal era o pensamento
de Eugênia, pensamento humilde e fértil em sofrimentos. A pobre moça não fazia
justiça a si mesma, mas a modéstia, ou antes, o medo, é uma das primeiras
virtudes do amor”[1]. Assim descreve Honoré de Balzac, o grande
romancista francês dos primórdios da belle epoqué, em Eugênia Grandet.
Contrapõe ele a baixa autoestima aos sonhos românticos iniciais da protagonista
em relação ao primo Carlos Grandet.
Nos relacionamentos amorosos iniciais, infalivelmente, o
medo deve surgir como grande virtude de amor descoberto. Pena que, depois,
readquirida a autoestima, esvaem-se os sonhos românticos, perde-se o medo, a
grande das primeiras virtudes do amor. E aí, a vida a dois parece não ter mais
sentido. A perda da modéstia, ou melhor, do medo, isto é, daquele sentimento
romântico, daquela sensação agradável do convívio da intimidade, que só os dois
conhecem, e Deus, acaba por tornar a vida sem sabor, porque o amor parece não
mais existir.
Quem está no princípio de um amor e
que tem o medo como uma das primeiras virtudes, certamente, deverá tomar
cuidados, ser constante no zelo para com o ser amado e para conservar o
mecanismo desse medo.
E quem já o perdeu? Terá
possibilidade, chances de recuperá-lo?
Muita gente desperta, obviamente,
perguntará: Medo? Sim, uma sensação ou sentimento de ameaça à própria integridade
física ou moral. Mas, direi que é mais do que isso. É a sensação ou sentimento
misterioso do romance sumamente emocional que invade o coração, este dispara,
envolve o ser e o íntimo inteiro de quem ama ou está amando, com sonhos eternos
e ternos, quase a determinar que no mundo nada mais existe e só há o ser amado.
Interminável romance praticamente inexplicável, entendido somente em parte por
quem o vive e incompreensível por quem nunca o viveu.
Muito embora no estágio atual da
civilização moderna, com uma mentalidade ocidentalizada, do pragmatismo, isto
é, vale somente aquilo que é útil, agradável e oferece praticidade imediata
para o uso, e quem sabe o abuso, o amor assume importância capital e
fundamental: porque nenhuma entidade existe que o possa substituir. Impossível
viver sem este amor, contido por uma dose forte de respeito para com o outro,
por uma quantidade enorme de desejo, puro desejo de partilhar a vida e da vida
do outro, por qualidade nunca igualada de sensações puras e sentimentos nobres.
Impressionante como as pessoas
esquecem tantas coisas e tantos fatos passados. Mais impressionante ainda,
esquecem ou abandonam aquele medo, virtude número um do amor, que os levou a
uma vida conjugal e que o medo perdido não lhes permite mais as alegres
surpresas que a conjugalidade lhes pode proporcionar no cotidiano.
Quem ainda não viveu a experiência
do medo como uma das primeiras virtudes do amor, se lhe requererá atenção e
cautela para não passar por eles em percebê-lo. E quem o perdeu, poderá reencontrá-lo
ou readquiri-lo, fazendo uma experiência em duas fases: um sério exame de
consciência, para recordar como funciona sua sistemática e dinâmica, e se
enamorar novamente do ser amado, que outrora amou sem restrições ou condições.
Lembrar-se sempre das sábias
palavras do Criador no “crescei e multiplicai-vos” que, com certeza, inclui o
amor, que é constante, que conhece fracassos e sucessos, mas sempre amor. Se
ainda seu coração dispara e a emoção envolve seu inteiro íntimo, bom sinal.
Voltou a viver um romance em sua vida, interrompido pela perda do medo, uma das
primeiras virtudes do amor. Eis, pois!
[1] Honoré de Balzac (Tours, 20 de maio de 1799 — Paris, 18 de
agosto de 1850) foi um romancista francês. Nasceu no departamento francês de
Indre-et-Loire e em 1849, com a saúde debilitada, viajou para a Polônia para
visitar Eveline Hanska, uma rica dama polaca com quem manteve correspondência
por mais de 15 anos. Em 1850, três meses antes da morte de Balzac, eles
casaram-se. Tendo-se tornado num dos maiores nomes do realismo na literatura,
as suas obras são, no entanto, cunhadas sobre a tradição literária do
romantismo francês. Sua A Comédia Humana (La ComédieHumaine), que reúne
oitenta e oito obras, procura retratar a realidade da vida burguesa da França
na sua época. Os hábitos de trabalho de Balzac tornaram-se lendários - escrever
cerca de quinze horas por dia, impulsionado por um sem-número de chávenas de
café. Com uma produção volumosa, é frequente que se apontem pequenas
imperfeições em sua obra - o que, no entanto, não é suficiente para retirar de
muitas delas o epíteto de obras-primas.
O DILEMA
Como acontece na literatura de cada
cultura, também na cultura do povo hebreu, diria, na cultura do Povo de Deus, a
literatura bíblica descreve magistralmente a criação do universo. O Senhor
Deus, criador de todas as coisas, coroou a obra da criação ao instituir o ser
humano. E a história da criação deste, contada como em nenhum outro livro,
mostra que, para Deus, a existência do ser humano sobre a face da terra se
constitui numa grande felicidade. Não foi um dilema para o Senhor Deus criar o
homem e a mulher. O próprio Deus se compraz, exulta e coroa de glória toda a
criação. O único ser dotado de inteligência e vontade, homem e mulher, Ele os criou.
O Senhor Deus instituiu a vinculação
entre homem e mulher com leis próprias dos seres humanos. Deu-lhes condição e
capacidade para o acasalamento, diferentemente dos outros seres, infinitamente
superior. Tudo dispôs, de tal forma que se torna inconfundível a união do homem
e da mulher, pois viu que não era bom que o homem estivesse só.
Adão, aquele que denomina a Sagrada
Escritura como o primeiro dos seres humanos criado, colocado diante de todos os
animais, Javé fez passar estes à frente daquele, o rei da criação, e não viu
nenhum que fosse semelhante a si. Dotada
de natureza idêntica, Eva, denominada como a primeira mulher, posta diante de
Adão, fez com que este não exitasse um só momento, pois sentiu e viu que era
carne de sua carne e osso de seus ossos, porque dele saiu, pela capacidade de
Deus, inestimável sabedoria de dar ao primeiro homem uma companheira que lhe
fosse semelhante e que com ele compartilhasse a vida e a existência.
O casamento, sem sombra de dúvida,
tendo como autor o próprio Deus, inegavelmente, é instituição de direito
natural, ou seja, lei dada por Deus na própria natureza. É tendência natural do
ser humano: homem e mulher buscam sua complementação.
A inteligência e suprema sabedoria
de Deus dispôs inteligência e também sabedoria ao ser humano, para que use a
primeira e depois a outra, para encontrar na companheira, e vice-versa, alguém
que lhes seja comparte. Porém, sempre surge o desafio: encontrar uma ou um
comparte, o que cria na natureza humana o dilema, que pode ser definido como
incerteza quanto ao acerto ou acertos do futuro.
Dilema, sim! Dilema. Será sempre um
desafio cercado de incertezas, que só poderão se tornar certeza, não absoluta,
porém, com fé na vida e na capacidade de superação, quando se busca e procura no
outro ou na outra cumplicidade e companheirismo, sinceridade e honestidade de
um comum ideal, traduzindo tudo em honesta e sincera convivência. Só assim o
dilema deixará de ser uma incerteza e a condição dada por Deus se tornará uma
benção da felicidade. Eis, pois!
Assinar:
Postagens (Atom)